
El Cigna Healthcare International Health Study pone de manifiesto que el 46% de los jóvenes pertenecientes a la Generación Z se siente excluido o desconectado de su entorno social. Eso a pesar de desenvolverse en un contexto altamente digitalizado y caracterizado por la interacción constante a través de pantallas.
Esto evidencia que una mayor exposición a la tecnología no siempre se traduce en relaciones más sólidas ni en un mayor acompañamiento emocional. Más allá de una percepción puntual, esta desconexión se asocia a una mayor vulnerabilidad psicológica y a la falta de apoyos estables en el día a día.
Según este mismo informe, el 35% de los jóvenes de la Generación Z convive con al menos una condición de salud mental, mientras que hasta un 40% reconoce no contar con nadie de confianza cuando necesita apoyo relacionado con su bienestar emocional.
La ausencia de vínculos cercanos y significativos puede estar reforzando esta sensación de aislamiento
Dificultando la gestión del malestar, situando a la soledad como un factor de riesgo que va más allá del plano emocional. En esta línea, la Organización Mundial de la Salud ya alerta de la magnitud del fenómeno y estima que cada hora fallecen cerca de 100 personas en el mundo por causas relacionadas con la soledad o el aislamiento social, lo que equivale a aproximadamente 870.000 muertes al año. Estas cifras subrayan el impacto real de la falta de conexión social sobre la salud y refuerzan la necesidad de abordarla como un factor determinante del bienestar.
Daniela Silva, especialista en Medicina Interna de Cigna Healthcare España
“La soledad y el aislamiento social no tienen únicamente un impacto emocional, sino que también afectan de forma directa al organismo. La falta de vínculos sociales sostenidos se asocia a mayores niveles de estrés crónico, trastornos de salud mental, alteraciones del sueño, desequilibrios hormonales y una mayor activación del sistema simpático, aquel que regula las respuestas de lucha y huída, aumentando la presión arterial y la frecuencia cardiaca. Asimismo, los datos muestran que el 70% de las personas con bajos niveles de energía, optimismo o propósito vital presentan una mayor sensación de soledad, lo que refuerza la necesidad de abordar la conexión social como un pilar fundamental del bienestar”.
Baby Boomers, el grupo que mantiene una relación más sólida con su entorno social
El 81% afirma sentirse acompañado y formar parte de relaciones estables, construidas en torno al contacto directo, la cercanía y el apoyo continuado. Este colectivo presenta redes sociales más consolidadas, basadas en la interacción presencial y en vínculos que se mantienen a lo largo del tiempo, un modelo relacional que se ha desarrollado al margen de la hiperconectividad digital y que prioriza el cara a cara, la conversación directa y la presencia compartida.
Estrategias que favorezcan la conexión social real y ayuden a prevenir el impacto de la soledad y el aislamiento en la salud
Detectar la soledad a través de señales cotidianas
Más allá de sentirse solo, la soledad suele manifestarse en cambios concretos como dormir peor de forma continuada, evitar planes que antes resultaban agradables, experimentar cansancio persistente o notar una menor motivación para relacionarse. Tomar conciencia de estas señales durante unos minutos de reflexión personal o a través de conversaciones de confianza permite identificar el problema en fases tempranas.
Incorporar el autocuidado como factor protector frente a la soledad.
La evidencia científica muestra que hábitos como la actividad física regular, una alimentación equilibrada, la exposición a la luz natural y un descanso adecuado influyen directamente en la regulación emocional y en el bienestar general, al favorecer la liberación de endorfinas y serotonina. Mantener rutinas básicas de autocuidado, como dormir entre siete y nueve horas, realizar al menos 150 minutos semanales de ejercicio moderado y reducir el uso de pantallas antes del descanso, contribuye a amortiguar el impacto fisiológico del aislamiento, como el estrés crónico o las alteraciones del sueño.
Establecer rutinas sociales como medida preventiva
Combatir la soledad no requiere grandes cambios, sino pequeñas acciones sostenidas en el tiempo. Reservar dos o tres momentos a la semana para actividades sociales concretas, como proponer un café, asistir a una clase presencial, un taller o una actividad de grupo, ayuda a reconstruir rutinas de contacto real y reduce progresivamente la sensación de aislamiento.
Gestionar de forma consciente el uso del entorno digital
Analizar de forma periódica cómo influyen las redes sociales y la interacción online en el estado de ánimo permite detectar cuándo el uso digital aporta conexión y cuándo genera mayor desconexión. Establecer espacios libres de pantallas durante encuentros sociales o dedicar tiempo a interacciones presenciales favorece vínculos más profundos y protectores.