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Quien pasee durante un rato por el centro de Madrid verá en los portales y fachadas de muchos de los edificios históricos de la capital un cartel, una placa o un grabado con la leyenda Asegurada de incendios. ¿Qué significa exactamente? ¿Qué indica? ¿Cuál es la historia que hay detrás de estas tres palabras repetidas hasta la saciedad en cientos de edificios madrileños?
Un texto de Diego Fernández Torrealba
Debemos desplazarnos 200 años atrás en el tiempo, a principios del siglo XIX. Los incendios eran frecuentes en la ciudad, y sus daños devastadores ya que los medios materiales y humanos para frenarlos no eran obviamente aquellos con los que contamos en la actualidad. La mayoría de los esqueletos de las casas estaban hechos de madera y eso favorecía la propagación de las llamas cuando estas aparecían. Numerosas viviendas quedaban reducidas a cenizas, e incluso lugares como el Real Alcázar desaparecían por culpa del fuego, amén de las numerosas muertes que dejaban tras de sí los incendios. Otro espacio significativo de la Villa y Corte, la Playa Mayor, presentaba ya un amplio historial de desgracias provocadas por las llamas.
Lo cierto es que ya existía de alguna manera un cuerpo de bomberos en la ciudad desde finales del siglo XVI, concretamente desde 1577. Fue el año en el que el Consejo de la Villa redactó el primer acuerdo sobre fuegos, con el que se reclutó a un grupo de hombres que se dedicaban a socorrer a la ciudad en caso de incendios. Pero habían pasado los años, y los siglos, y su esfuerzo y medios resultaban todavía insuficientes para paliar desgracia tras desgracia en la urbe.
Estaba claro con este telón de fondo había que tomar medidas para evitar o por lo menos minimizar los daños producidos por estas catástrofes ígneas. Y es por eso que se creó la Sociedad de Seguros Mutuos de Incendios de Casas de Madrid, que vio la luz en 1822 y cuyo fundador fue Don Manuel María de Goyri.
Esta entidad fue fruto de la iniciativa privada, y tenía una curiosa organización: los propietarios de las casas madrileñas que pertenecían a ella eran a la vez aseguradores y asegurados. Es decir, contribuían económicamente a la causa y se beneficiaban de pertenecer a la asociación en caso de malas noticias. El objetivo de la sociedad era claro: contar con un fondo económico que sirviera para reparar los daños provocados por los incendios.
El reglamento de la asociación determinaba que los inmuebles que estuvieran cubiertos lo detallaran de una manera clara en su exterior: Se cuidará de que se coloque en las casas aseguradas, en paraje visible, una tarjeta o azulejo que diga “Asegurada de incendios”. Hoy en día, dos siglos más tarde, estas tres letras forman parte de la historia de Madrid y de la del mundo asegurador de la capital.