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Tienen experiencia y poder adquisitivo, pero la sociedad no aprecia su talento. La bautizada como generación de las canas -o silver- reivindica su propio espacio para construir un futuro en el que la longevidad marcará los pasos de la sociedad. De las decisiones que particulares, empresas e instituciones tomen ahora dependerá que exprimamos al máximo como sociedad las oportunidades que ofrece la nueva revolución que supone vivir cada vez más años.
Un texto de Virginia M. Zamarreño
José Antonio Herce, doctor en Economía y experto en pensiones, ha señalado en muchas ocasiones que “si la longevidad hiciera ruido, no podríamos dormir por la noche”.
Los avances en materia de atención sanitaria e higiene han propiciado que la esperanza de vida al nacer de los españoles sea una de las mayores del mundo y continúe creciendo a un ritmo de cinco minutos al día. Si hace un siglo, en 1919, solo una de cada cien personas llegaba a los 65 años, hoy, en 2019, el 95 por ciento lo hace y tiene por delante más de veinte años para seguir disfrutando de las oportunidades que ofrece la vida.
La longevidad es uno de los riesgos que más preocupan al sector asegurador y a la sociedad en su conjunto, como han reflejado ya la ONU o el Foro Económico de Davos. Especialmente en lo que vivir más años supone para el estado del bienestar, con la sostenibilidad y suficiencia del sistema de pensiones en entredicho y el aumento del gasto sanitario a medida que la población envejece.
Pero vivir más años y hacerlo cada vez con mayor calidad de vida tiene ventajas y ofrece multitud de oportunidades siempre que se tomen las decisiones adecuadas, como explican Antonio Huertas, presidente de Mapfre, e Iñaki Ortega, director de Deusto Business School, en su libro La revolución de las canas. Ageingnomics o las oportunidades de una economía del envejecimiento. De hecho, la solución al riesgo de la longevidad puede estar, precisamente, en sí misma.
Los avances tecnológicos han dinamitado las bases de muchas creencias y están haciendo tambalear los cimientos de muchos negocios y sectores económicos. También harán cambiar el concepto del envejecimiento y del papel que los mayores de 50 años pueden tener en la sociedad. Si se tienen en cuenta los datos demográficos, en 2050 se calcula que el 21 por ciento de la población tendrá más de 60 años y en esa fecha, la OCDE estima que España será el país más envejecido del mundo, con un 40 por ciento de su población por encima de los 65 años.
Una oportunidad en ciernes
Hay dos formas de afrontar este reto. La negativa implica una visión pesimista que desprecia la aportación socioeconómica de los mayores, que tienen una gran fuerza económica: el 40 por ciento del consumo mundial lo realizan los mayores de 65 años. En España, además, esta generación ofrece un apoyo financiero y emocional imprescindible para muchas familias.
La otra forma de ver los desafíos que impone la longevidad es considerarlos verdaderas oportunidades de desarrollo. Para los mayores y para el conjunto de la sociedad. Por ejemplo, permitir a los trabajadores que lo deseen alargar su carrera laboral con puestos más flexibles y adaptados a las características cambiantes de cada etapa vital ayudaría a equilibrar los sistemas públicos de pensiones: se cotiza más, lo que ayuda a paliar el déficit de la seguridad social. Según explican los autores del libro, José Antonio Herce llama a esta nueva generación el greyboom -emulando el término babyboom que se refiere a los nacidos tras la Segunda Guerra Mundial-, porque “gestionada adecuadamente, la longevidad es el babyboom que con desesperación buscan cada vez más países con políticas pro natalidad”.
Tranquilo, no se asuste. Cuando los expertos hablan de alargar la vida laboral no pretenden que una vez cumplidos los 65 años continúe dejándose la piel y las pestañas en jornadas laborales maratonianas. La tecnología ayudará a adaptar los puestos de trabajo de los séniores y las empresas e instituciones deberán poner su granito de arena para flexibilizar los puestos de trabajo sin caer, claro está, en la precariedad. Para Huertas y Ortega la clave está en la colaboración y el trabajo por cuenta propia como fórmula para que el mercado de trabajo no desprecie la experiencia y las redes de contactos de los trabajadores que ya peinan canas.
Y esta es una tendencia que ya se está produciendo. De acuerdo con los datos del Global Entrepreneurship Monitor (GEM), los profesionales sénior que se auto emplean superan a los jóvenes de entre 18 y 29 años; el 18 por ciento de los adultos de entre 50 y 64 años y el 13 por ciento de los que tienen entre 65 y 80 son trabajadores por cuenta propia, frente al 11 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 29. Además, el estudio refleja que los emprendedores experimentados -y canosos- favorecen la estabilidad económica, ya que tienen mayor probabilidad de emplear a más de cinco personas en sus proyectos.
La experiencia es un grado, también del lado inversor. El 63 por ciento de los business angels tienen más de 50 años y son los que realizan más de la mitad de las inversiones totales.
Pero para aprovechar esta oportunidad es necesario un cambio de mentalidad. Al menos en España, donde la asignatura pendiente es terminar con la destrucción de empleo de los trabajadores más mayores: solo el 44 por ciento de la población activa de entre 60 y 64 años trabaja, frente al 72 por ciento de Suecia. Un estudio de Fundación Adecco señala, además, que el 50 por ciento de los currículos de los mayores de 55 años son descartados en los procesos de selección.
La ‘economía de las canas’
Más allá de los beneficios de seguir trabajando hasta los 75 años -o hasta el que cuerpo aguante- adaptar el ecosistema socioeconómico a las nuevas necesidades de la generación de las canas supondrá una verdadera revolución económica. Para la Unión Europea, la economía de las canas supondrá el 38 por ciento de los empleos. Y la tendencia de las economías envejecidas de adoptar la tecnología para aumentar la productividad impulsará…
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