Con firma: Carlos Lluch, director técnico de Lluch & Juelich Brokers



Del mercado y del zoco

Hace un tiempo daba una charla ante un colectivo de asesores fiscales y contables. Me permití hacerles la broma de que en su sector estaría mal visto dar un premio a la creatividad.

En otros la innovación es prácticamente todo.

Hacer las cosas de otro modo, de un mejor modo o tan solo aplicar viejos métodos y soluciones a través de un nuevo canal parece ser algo muy difícil de implementar en seguros y restringido a unos pocos iluminados o potentados capaces de resolver dilemas con mucho ingenio unos y con mucha chequera los otros. El de seguros, qué duda cabe, es uno de esos sectores conservadores en los que hasta toleramos el epíteto de “tradicional” como si fuera un piropo cuando en realidad es un claro indicador de inmovilismo en un entorno que ¡se mueve!

En estas líneas introductorias habrás adivinado, querido lector, que no me complace ser “tradicional”; añadiré, además, que no solo no me complace, sino que trabajo e invierto para no serlo.

Pero también he de decir que soy de los que son capaces de diseñar y trabajar tan solo en aquello que el marco legal permite, sumado a garantizar una relación ética con el cliente y con un comportamiento que el resto de actores del mercado pueda tolerar. Del mismo modo que soy inclemente con quienes se pasan las líneas rojas. Tanto las del derecho y la protección al consumidor como aquellas de la costumbre, que tanto hace por la convivencia pacífica y tan necesaria es para avanzar en el ámbito de la colaboración y la sinergia.

Pero, como en toda actividad humana, no todos operan con esa sensibilidad, respeto, coherencia, visión largoplacista, sentido de pertenencia o como queramos llamarlo.

He hablado de innovación, pero a veces tan solo se trata de sacarle punta a un instrumento de toda la vida y, una vez afilado, convertirlo en arma con la que hacer negocio como elefante en cacharrería. Eso, por ejemplo, es lo que estamos viendo en emprendimientos que no asesoran, no venden, no analizan riesgos ni acompañan al cliente en la elección más certera de su solución de seguro ¿para qué, si pueden vivir a costa del trabajo de otros valiéndose de la carta de mandato? Esa innovación la encontramos en apps, pero también es cada vez más frecuente que corredores de toda la vida acaben tocando suelo en el plano ético y, con ello, dinamiten el respeto que merecían en el sector.

Esto puede hasta cierto punto ser comprensible en emprendedores que vienen de otros campos del retail y han descubierto que mediante el pillaje del trabajo de otros pueden ganar decenas o centenares de miles de contratos en poco tiempo gracias a una aplicación tecnológica. Ignoran incluso ese Código Universal de Ética Profesional de los Productores de Seguros y Reaseguros que acatamos desde 1984 pues la ignorancia es atrevida.  Peor me lo ponen quienes hacen eso con una trayectoria a sus espaldas, más aún si apalancan ese acto de piratería sobornando al cliente con descuento sobre las comisiones, algo prohibido por el artículo 2.10 de dicho Código Universal. No hablo de Ley, sino de ética de negocio.

También algunos han descubierto que pueden remunerar a sus clientes para que aporten los contratos de la familia y amigos. Podríamos dar por supuesto que, para ello, les han impartido el curso de Nivel C obligatorio para todo colaborador, aplicando las correspondientes retenciones y los han incluido en su obligado Registro de Colaboradores. Pero hechas las averiguaciones oportunas resulta que no. Mal camino.

Sigamos con algunos nuevos actores cuya denominación social es “XXXX correduría de seguros SL”, con su flamante app, sus hermosas presentaciones y sus productos novedosos. Pero luego resulta que esa tal sociedad de correduría no consta en el Registro de la DGSFP y aunque informen en su web que realizan el análisis objetivo sin ser corredores, confirman ser colaboradores de varias corredurías a las cuales no identifican ¿para qué si eso no trae pasta?

Y hallamos a quienes venden seguros obligatorios temporales sobre riesgos regulados por una Ley que exige que el seguro debe hallarse en vigor todos los días del año mientras la matrícula esté en vigor. Y sin una sola indicación al consumidor relativa a que su obligación persiste y ese seguro tiene un uso limitado y extraordinario, no para cuando a uno le plazca asegurar. ¿Es eso leal con el cliente?

Y hallamos quienes hacen pólizas sin matrícula para vehículos usados de la empresa de compraventa cuando la Ley ordena que esa matrícula debe ser dada de baja y ese vehículo tan solo puede circular con placas especiales con un seguro ad-hoc. ¿Desconocen la Ley o acaso tan solo quieren satisfacer a clientes que manejan compraventas “en negro”?

¿Es eso innovación, o es otra cosa?

Difícilmente la mediación tendrá algún día una buena reputación mientras nos dediquemos a triturarla con nuestros actos y nuestra permisividad. Difícilmente las aseguradoras mantendrán nuestro respeto colectivo si apoyan este tipo de actitudes de mercado.

Así lo pienso y así os lo cuento.

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